lunes, junio 1

Mensaje al viajero (5)


Ya te extrañaba; además, volvió tu gato

Es increible. Estás de regreso. No sabes qué gusto me dio el que volvieras en domingo al mediodía. Necesitaba mirarte, encontrar en lo profundo de tus ojos todas las imágenes recolectadas en más de un mes de viaje.

Centroamérica, eh.

Seis países más a la lista del viajero incansable.

No te lo he dicho pero eres mi héroe anónimo. Me he puesto a pensar cuánta gente podría entregarse, como tú lo haces, a ese vertiginoso ritmo que se le ha impuesto al Condomóvil.

Ciudad tras ciudad, escuelas, foros, plazas públicas.

Intentando convencer, metido en vestimentas estridentes, que todos debemos usar el condón.

Menudo paquete en una sociedad que se niega la posibilidad de trascender.

Por eso me gusta tu trabajo. Por osado. Por auténtico; por diferente.

Eso de convertirte en Drag Queen es sólo para valientes.

Y gritarlo a todo el mundo, mucho más.

Qué bueno que has regresado.

Fueron días intensos, sin ti. Semanas escurridizas si saber hacia dónde voltear, sin encontrar las palabras dulces, el consejo apropiado. Por eso estoy contento de volverte a ver.

Porque puedo abrazarte más seguido, porque así me puedes ir dibujando con tu plática cómo es la gente en las latitudes hacia el sur del continente. Porque te puedo mirar, saber que estás bien, que no te duele nada.

Bueno, sí estás agotado.

No es para menos. No me alcanzan los números para contar cuántos kilómetros se aventaron en la Ruta Centroamericana. Cuántos ojos tuvieron que mirarte antes de que los míos volvieran a encontrarte.

La gente podrá decir: yo lo vi. Se llamaba Yolanda la del Río y tenía una personalidad arrebatadora.

Te imagino en los encuentros que tuvieron con los presos. Me dices que estaban encantados.

Y yo sólo me imagino: qué soez.

Pero ese eres tú, el que habla directo, el que se entrega por completo. El que va por el mundo alertando de la epidemia que cambió nuestros destinos.

Claro que eres mi héroe.

No te lo he dicho, pero ya te extrañaba. Cada vez que llegaba a tu casa, que prendía un porro, que me acordaba de tus consejos por poner incienso, abrir la ventana, cerrar y selllar bien la puerta... Ahí estabas tú, a mi lado.

Pero no.

En realidad te hallabas a miles de kilómetros de distancia.

Pero a lo mejor estábamos conectados. Quizás cuando tú me llegabas a la mente, sólo quizás, en ese mismo instante, en algún paraje, bajo algún volcán; internado en riberas, valles o ciudades, estarías, al mismo tiempo, en ese mismo minuto, pensando en mí.

Estaríamos conectados a la distancia.

Era grato deducirlo así, aunque todo fuese una simple elucubración de una mente añorante y melancólica.

Has vuelto. Te puedo abrazar: llegaste bien.

No sabes cuánto me procupaban tus catastrofistas predicciones de que algo no funcionaría en la Ruta. Todo transcurrió bien: volviste.

Esta mañana, cuando encendí la manzana envenenada, dormías.

Apenas alcanzaste a decir: estoy cansado, mientras tu gato, que volvió, simplemente me maullaba; creo que lo enloquecí con esos vasos de leche que le hurté a tu madre.

Yo te cuido, susurré a tu oído y caíste dormido. Cuando llegó el momento de partir, lo hice en silencio. Dejé la televisión encendida para que en tu inconsciencia pensaras que seguía allí.

Te planté con suavidad un beso.

Regresaste, y contigo a mi lado la felicidad se trastocó completa.

Mi héroe volvió para mimarme.

No me resta sino decir: te amo.

Ciudad de México, junio primero de 2009.

Hace frío. No en mi corazón.

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