miércoles, junio 10

Homoerotismo en las cárceles salvadoreñas


Travestías del Condomóvil en Centroamérica
Mario Alberto Reyes- enviado

Sensuntepeque, El Salvador


Muchos han sido olvidados por sus familias. El abandono endurece la condena. La necesidad de ser escuchados es evidente. Se agolpan alrededor de los visitantes para compartir sus vidas. Las palabras fluyen sin problema para tejer nuevamente las historias que entre ellos mismos se han cansado de contar.

Los tatuajes abundan en sus cuerpos. Son símbolo de pertenencia y lealtad a los maras y a las pandillas que abundan en las calles. A primera vista su apariencia es ruda, fuerte, intimidante. Sin embargo, con el paso de algunos minutos la mayoría de los rostros se muestran amistosos. Sonríen y comienzan a indagar el origen de los recién llegados.

En libertad cometieron actos de extorsión, homicidio, tráfico de drogas, lesiones y robo. Unos purgan penas de hasta 35 años. Otros, en menos tiempo tendrán la oportunidad de reintegrarse a la sociedad salvadoreña aún afectada por las heridas del conflicto guerrillero de hace dos décadas.

Originalmente el Centro de Cumplimiento de Penas de Sensuntepeque fue planeado para 150 reclusos. La capacidad ha sido rebasada, pues actualmente alberga a 446 personas. Nelson Martínez, director del penal, rechaza en entrevista problemas de hacinamiento. Incluso asegura que por cada interno hay una cama disponible.

El centro penitenciario está ubicado en Cabañas, uno de los 14 departamentos que conforman a El Salvador, a poco más de una hora de la capital. Ahí estuvo el Condomóvil para promover la realización de la prueba rápida de detección del VIH.

El ingreso se realiza sin grandes problemas. La revisión dista de ser minuciosa. En esta ocasión las dragas, a petición de las autoridades del penal, dejaron los vestidos, plumas, tacones y lentejuelas para otro momento. Posibles ataques por homofobia, la suposición. Cálida recepción, la certeza.

La mayoría de las 201 mujeres que permanecen en este reclusorio están vinculadas sentimentalmente con los maras. Muchas cumplen condena por tráfico de drogas. La historia en varios casos es la misma. Fueron enamoradas por traficantes que posteriormente las utilizaron como burreras en la ruta hacia Estados Unidos. La captura, el hacinamiento y el abandono familiar son algunas de las facturas a pagar.

En esta prisión, al menos para las mujeres, las visitas conyugales no existen. El director se defiende y dice que se ejerce cuando así lo solicitan. Las reclusas refutan al señalar que nunca les han informado sobre el tema. Aún así, muchas se resignan al abandono de los hombres que las introdujeron en el mundo de las drogas.

La ausencia es física pero no emocional. Quienes se atreven a sostener una nueva relación se arriesgan a ser golpeadas, incluso asesinadas. Los maras las consideran de su propiedad. Aparentemente ninguna se aventura al desafío. La desconfianza impera. Los ojos y oídos informantes pueden estar en cualquier parte.

El centro penitenciario se divide en tres sectores. El primero está destinado a los varones heterosexuales, el segundo a la población transexual conformada por 40 personas, y el tercero a las mujeres. Para muchos de los transgéneros la vida en reclusión es más llevadera que en libertad. Aquí gozan de cierto estatus. Son respetadas. Incluso varias sostienen noviazgos con los del primer sector.

Roberto Hernández tiene 31 años de edad. Fue capturado tras cometer robo agraviado. Hace tiempo su esposa e hijo dejaron de visitarlo. Entre rejas el deseo sexual se vuelve incontenible. Las ganas de acariciar derriban las barreras de género y los prejuicios culturales. Gaby es una chica transgénero que purga una condena por homicidio y es la novia de Roberto.

Pero Roberto, al igual que el resto de la población sexualmente activa está en riesgo de contraer el VIH porque las autoridades del penal prohiben el ingreso de condones. “Hacerlo significaría darles libertad sexual”, dice convencido Nelson Martínez, a pesar de que en el penal existen por lo menos 14 transgéneros afectados por la epidemia. Ante el reportero asegura que en Sensuntepeque no hay relaciones sexuales. Los reclusos lo desmienten.

“Muchos tenemos novias en el sector 2. Todos los días, cuando salimos al patio, tenemos oportunidad de verlas. En lo personal, a mí me gusta hablarles al oído y tratarlas bien, como si fueran mujercitas. Me fijo mucho en ellas antes de formalizar. Si veo que son promiscuas no les hago caso. Quiero una que me sea fiel totalmente”, externa Roberto sobre el tema.

Durante la jornada en el Centro de Cumplimiento de Penas de Sensuntepeque, los activistas realizaron 104 pruebas rápidas de detección del VIH, 55 a mujeres y 49 a hombres. Un caso reactivo en una chica trans. Los servicios de salud salvadoreños le darán seguimiento, aseguran.

Con grandes muestras de afecto los reclusos agradecen la visita de los activistas del Colectivo Sol. Los flashazos no cesan ante las numerosas peticiones de tomarse la clásica foto del recuerdo. La Primera Gran Ruta Centroamericana de VIH -patrocinada por Aids Healthcare Foundation y en la que también participa la organización civil Letra S a través de su agencia NotieSe- debe continuar.

En el trayecto de regreso a San Salvador la sensación de libertad es más que valorada. El viento que se cuela por las ventanillas del Condomóvil hace pensar en la fortuna de poder gozar y ver el mundo fuera de las cuatro paredes que durante muchos años servirán de morada a buena parte de los presos de Sensuntepeque.

NOTIESE, México, 4 de Junio de 2009
http://www.notiese.org/notiese.php?ctn_id=2932

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