México DF, enero 16 de 2009.
Su Santidad:
Permítame que una humilde seguidora de Jesús le escriba unas líneas; no lo hago con mala fe (ni buena ni mala, creo que de fe ya me queda muy poco, gracias a los sucesores de Pedro y a los continuadores del imperio romano que, desde el Vaticano, se empeñan en cerrar las ventanas que alguna vez abriera el Papa Bueno, Juan XXIII); decía que no lo hago con mala intención, sino porque me parece encontrar algunas similitudes en su propia historia y en la mía.
He leído que usted, durante su juventud, fue obligado a enlistarse en las Juventudes Nazis. Qué horrible debió haber sido; tener que fingir seguir una doctrina fascista con tal de no ser condenado a trabajos forzados o con tal de no ir a prisión. Qué horrible ha de haber sido hacer el saludo nazi cuando en el fondo de su corazón usted rechazaba esa doctrina política; qué horrible tener que ponerse ese espantoso uniforme que representaba tantas cosas. Más tarde, y seguramente también en contra de su voluntad, fue reclutado por el ejército alemán; estamos hablando de 1939, cuando comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Luchar todos los días por una causa que no era la suya, debió ser un infierno. Qué alivio debió sentir cuando terminó la guerra y pudo dedicarse efectivamente a lo que era su vocación, el sacerdocio, la teología y el amor a los demás, tal como lo predicó Jesús de Nazareth; lo opuesto al odio y a la discriminación que seguramente le inculcaron en las juventudes hitlerianas. ¿Alguna vez lo obligaron a matar a un judío? No lo sé, pero seguramente usted se vio obligado a, por lo menos, burlarse de los judíos y discriminarlos, era la política de Hitler y usted no tenía opción, o fingía ser un ferviente devoto del Führer o pagaba las consecuencias.
Su historia, le decía, tiene similitudes con mi propia historia. A pesar de ser una mujer, nací con un cuerpo que la sociedad considera exclusivo de los varones. Así es que, en contra de mi voluntad, me pusieron un nombre de varón, me vistieron como varón y me obligaron a comportarme como tal. En mi interior yo quería jugar con mis amigas, que en mi cumpleaños me regalaran muñecas y lucir hermosos vestidos; pero nada de eso era posible. Tenía que fingir que era muy hombre o pagaría las consecuencias. Claro, a mí ni me meterían a la cárcel -¿o sí?- ni me condenarían a trabajos forzados, pero sí viviría aislada, estigmatizada y presa de todo tipo de burlas, sin posibilidades de seguir estudiando ni, mucho menos, de obtener un empleo, a menos que quisiera dedicarme al trabajo sexual que, aun cuando es tan digno como cualquier otra labor, no es precisamente lo que yo buscaba.
Así viví hasta pasados los 40 años de edad. Fue entonces que me topé con personas maravillosas de un grupo de autoayuda para personas travestis y transexuales y mi vida cambió. Se acabó la guerra.
Desde entonces –y gracias, también a los cambios sociales y al impulso del respeto a los derechos humanos- he podido vivir como la mujer que soy, sin tener que fingir, sin tener que esconderme, sin tener que avergonzarme. Hoy, por fin, puedo decir que soy auténtica y que soy feliz.
Por eso me sorprende mucho que hace unos días usted, como Sumo Pontífice, haya condenado la transexualidad y exigido a los hombres y mujeres que se comporten de acuerdo al sexo biológico con el que nacieron y no al género con el que se identifican. Esas condenas... ¿no le suenan a fascismo?, ¿no pretende condenarnos a seguir fingiendo lo que no somos, así como usted mismo fue obligado a fingir ser un nazi cuando en el fondo de su corazón lo que usted quería era seguir los pasos de Jesús? Ha pasado mucho tiempo desde que usted vitoreaba al Führer en contra de su voluntad, pero supongo que esas exigencias debieron calarle muy hondo en el corazón. ¿Ya se le olvidó todo ese dolor que sintió?, ¿por qué, entonces, pretende hacer lo mismo con los hombres y las mujeres transexuales?, ¿por qué obligarnos a vivir como no queremos vivir?
¿No se da cuenta que al condenarnos, le da carta abierta a sus fieles para que nos sigan estigmatizando, discriminando y agrediendo?; ¿ese es el mensaje de Jesús? Perdone, Su Santidad, pero parece que actúa más en congruencia con la doctrina de Hitler que de acuerdo al mensaje de Jesucristo.
¿No sería más cristiano hacer un llamado a los padres y madres de familia para que acepten con amor y apoyen incondicionalmente a sus hijos e hijas transexuales? No todos ni todas las jóvenes transexuales que sufren el rechazo de sus padres contemplan el suicidio como una salida; pero todos y todas las jóvenes transexuales que buscan quitarse la vida sufrieron, en primer término, el rechazo de sus padres.
Con lo que acaba de decir, más de un papá o de una mamá católicos, que siguen pensando que usted es el sucesor de San Pedro, rechazarán a sus hijos e hijas transexuales, querrán obligarlos a vivir conforme al sexo biológico de nacimiento y pensarán que al hacerlo están cumpliendo con su deber ante Dios; ¿se ha puesto a pensar en el sufrimiento que deberán soportar esos y esas jóvenes? Cuánto daño pueden provocar las palabras del Sumo Pontífice cuando no están inspiradas en el amor de Cristo.
Y es que el mismo Jesús de Nazareth se refiere, de alguna manera, a la transexualidad sin condenarla; claro que en esos tiempos no se conocía con ese nombre. En el evangelio de Mateo, capítulo 19 versículo 12, dice: “Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos, que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda entenderlo, que lo entienda”. Usted sabrá que en época de Jesucristo los eunucos eran personas castradas y que por su condición se les solía utilizar para cuidar a las doncellas. Podríamos pensar que los eunucos “que nacieron así del vientre de su madre” son precisamente las personas transexuales; Y Jesús no las condena. En otra ocasión, un centurión romano le pide a Jesús que cure a su siervo (paris, en algunas traducciones de la Biblia ) que está enfermo. “Mas di la palabra, y mi siervo será sano” (Lucas, 7:7), le dice el centurión. Jesús se maravilla de la fe de este hombre y cura a su siervo. Algunos estudiosos hablan de los paris como hombres biológicos que viven como mujeres –lo que hoy entenderíamos como transexuales- y que eran tomadas como esclavas y, de alguna manera, como parejas sexuales, por los romanos. Conociendo el carácter rudo de los centuriones romanos, no sería lógico pensar que un centurión se preocupara por la salud de su siervo solamente por razones humanitarias; seguramente había algo más. El caso es que Jesús cura al siervo –paris- del centurión y en ningún momento lo condena.
Así es que, señor Ratzinger, ¿de dónde saca usted las condenas para las personas transexuales? Por favor, no nos quiera obligar a vivir como no queremos, no nos ponga en el Coliseo como presas de fanáticos cristianos dispuestos a pedir la muerte de quienes no somos como ellos. Recuerde lo que usted mismo tuvo que padecer cuando fue obligado a servir al Partido Nacional Socialista. Le suplico, en nombre del Dios en quien todavía creo, y en nombre de ese Jesús que ha quedado tan olvidado por el Vaticano, que hable con la dulzura y el amor del propio Jesucristo, y no con el odio y la venganza de Adolfo Hitler. Gracias, y que Dios lo bendiga.
Atentamente:
Silvia Susana Jiménez Galicia (México)
1 comentario:
Tienes toda la razón!!! este hombre sólo sabe hacer apología de la discriminación. Marcos
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