Ni te lo puedes imaginar. No es la soledad, es acaso el aislamiento.
Te sientes vigilado, como en una gran burbuja en la que navega en su loca ruta un virus más.
Por si hiciera falta.
La ciudad se cimbró en unos días.
Todo de pronto sólo tuvo un punto de conversación, mientras las cortinas de los negocios se bajaban y los trabajadores volvían asustados a casa.
Se fue vaciando la ciudad; las primeras dos personas con cubrebocas que vi fueron en la Clínica, cuando recogía mi medicamento. El resto aún no caía en la cuenta de lo que vendría después.
Ha habido, por supuesto, miles que no creen. Los taxistas dicen que la gente está saturada y que ya no desea seguir escuchando del tema.
El mundo se polarizó de súbito.
Los polos opuestos ahora fueron quienes utilizaban el artilugio sobre la boca y los que no.
Se pendejearon mutuamente, y las discusiones en los supermercados se daban, como sucedió a Amilcar Salazar, a la hora de largas filas por compras de prevención.
Un mujer le increpó el no utilizar cubrebocas y él tuvo que sumergirse en explicaciones finalmente inútiles.
Quien lo quiere usar lo hace y nadie obliga a los demás.
La ciudad se volvió un caos de sensaciones.
El absurdo silencio de sus calles, ahora convertidas en verdaderas autopistas para los más osados, que las cruzan a toda velocidad en sus vehículos.
El ambiguo sentimiento de que, mucho más que en semana santa, tienes a tu urbe para tí, y un primer impulso es decir ¡disfrútala!... pero no. No hay a donde ir.
Ni cines, ni reuniones, ni multitudes.
El centro de la ciudad este sábado a la mañana luce como siempre: atiborrado de viandantes.
Es su esencia, no en vano es el corazón del país. Cruza por sus calles ese caudal de humanos como cualquier día. Buscan, sobre todo, películas pirata. Por lo del encierro que viene, sabes.
¿Pero a dónde vas en esta regocigante ciudad si ni hay ni dónde comer un taco?
Lo poco disponible es para llevar y està lleno de gente, como un detalle que me impresionó en el Eje Cenral, a la altura de la colonia Alamos: una casa de empeño con filas ya considerables. La gente está exprimiendo las carteras, dejando en agiotistas sus bienes personales.
Debe ser la crisis de estos tiempos, de más crisis.
En fin.
En casa todo bien; tu mamá de por sí sale poco; ahora menos. Tu gato ya empieza a apoyar la pata pero lo veo cada vez más flaco, al cabrón. La banda te manda saludos; estás presente.
En lo general, esta es una ciudad casi fantasmal.
Hay esceptisismo. Se habla de complot, de algo muy extraño en el ambiente, que va más allá del virus que muere, hasta el momento, con Tamiflú: 10 pastillas en 5 días.
Dicen que se espera un millón de contagios.
¡Un millón!
Pero que tienen millón y medio de tratamientos en el Campo Militar Número Uno.
Y que si no se rebasa esa cifra, los muertos serán en número mínimo.
Habrá que creerles, guardarnos en casa, disfrutar a solas de un recorrido por el Segundo Piso, o seguirnos cuestionando hasta el hastío:
¿Qué diablos nos está sucediendo?
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